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Thursday, February 21, 2008

El ramo de flores

“Éste es el comienzo perfecto de un día perfecto” – pensaba Kev mientras se desperezaba lentamente aún arropado dentro de la cálida y confortable cama. Tomó aire profundamente y estiró el brazo hacia el interruptor que levantaría la persiana. Poco a poco la luz de la mañana comenzó a penetrar en la habitación decorada con pósteres en las paredes y papeles y tarrinas de discos de DVD sobre la mesa donde descansaba un mastodóntico ordenador. Cuando la luz alcanzó la cama se desarropó y sintió el agradable calor del sol sobre su cuerpo. Continuó respirando de manera profunda y en el momento en que se sintió con fuerzas se levantó para dirigirse al baño.

Mientras se arreglaba iba pensando en los posibles acontecimientos que se sucederían a lo largo del día. Sabía que iba a estar con ella pero no sabía qué iba a hacer exactamente. “¿La llevo a comer por ahí o preparamos algo en su casa? Y si la llevo, ¿a dónde la llevo? A lo mejor tiene algo preparado. Luego podemos dar un paseo por el parque o acercarnos a la playa. O a lo mejor prefiere ir al cine. No sé, ya se me ocurrirá algo”.

Se vistió de manera informal y bajó a la calle. De nuevo tuvo que pararse para respirar hondo mientras el sol le acariciaba la cara. ¡Cómo le gustaba aquella sensación! Esta época del año era magnífica para disfrutar del astro rey sin que te aplastase contra el suelo gris de la ciudad. En ese momento, pensó que se sentía como una flor y la sonrisa que decoraba su cara dejó escapar una pequeña carcajada. La gente que pasaba por su lado seguía su camino sin prestarle demasiada atención aunque extrañada de encontrar una cara feliz en un día de diario. Ya nadie se para a disfrutar de los momentos amables que nos regala la Naturaleza y en este día en concreto la velocidad de Kevin era diez veces menor que la del resto de los habitantes de la ciudad, frenéticos por cumplir unos horarios, unos objetivos que no les reportan más que un sueldo a fin de mes que usan para pagar unos objetos que no disfrutan ni valoran, sólo los utilizan, pasan por ellos sin darse cuenta de lo que hacen.

“Soy una flor. ¡Flores! Eso es, voy a regalarle unas flores”. Ahora Kev tenía un objetivo. Abrió los ojos lentamente, bajó su vista a la horizontal y se dirigió a un puesto de flores que conocía porque pasaba a menudo por él de camino al gimnasio.

El verdor de las plantas que inundaban la tienda le pareció una combinación perfecta con el azul del cielo y el brillo del sol. Nunca había comprado flores ni nada parecido por lo que preguntó a la señora encargada de la tienda sobre qué sería lo más adecuado para regalar a una mujer.

- ¡Rosas! Eso nunca falla – respondió enseguida la amable dependienta.

- Pero eso es muy típico, ¿no? ¿No hay otra flor o una plantita más original?

- ¿Es una cita?

- Bueno – dudó Kevin -. He quedado con una chica pero ya llevamos tiempo saliendo. Es un detalle.

- ¿Es una cita o no? ¿La vas a llevar por ahí?

- Seguramente.

- Entonces es una cita – sentenció la mujer -. Y para las citas lo mejor son las rosas. Además, mira qué maravilla tengo aquí. Lo acabo de preparar.

La mujer salió por una puertecita por donde parecía que caía luz natural y salió con un ramo de rosas rojas precioso. Incluso Kev se quedó asombrado. Tenían la forma de unos labios dispuestos a besar al ser querido.

- ¿Ves? Con esto no se falla nunca. Son preciosas. Lo tenía preparado para un cliente pero creo que a ti te van a hacer más falta. Llévatelo sin dudarlo.

Kevin asintió con la cabeza y se llevó la mano al bolsillo dispuesto a pagar lo que hiciera falta por él. Se había quedado prendado, habría vendido su alma al diablo por ese ramo de flores. Dio las gracias a la dependienta con dos besos y ésta se quedó sonriendo mientras veía salir al joven desconocido por la puerta de la tienda hacia la brillante luz de la calle.

Kev continuó su pausado paseo con el ramo de flores reposando sobre uno de sus brazos. Iba pensando que nada podía salir mal cuando, detenido por la luz roja de un semáforo, se dio cuenta de que la chica que estaba a su lado estaba llorando. Las lágrimas resbalaban por sus suaves y aún blanquecinas mejillas y se llevaba un clínex a la nariz para evitar el desagradable moqueo. Kevin se sintió mal por estar tan feliz al lado de una persona que parecía tan desdichada así que trató de mirar hacia otro lado hasta que la luz del semáforo cambiase de color. Sin embargo, fue al escuchar un suspiro, tan profundo como los abismos insondables de Dunwich, lo que le hizo girarse y dirigirse a la joven:

- Hola, perdona, ¿qué te ocurre?

- No, nada – respondió evasiva la chica.

- Por dios, cómo no te va a pasar nada si estás llorando como una desconsolada en medio de la calle. ¿Qué te ha pasado? – volvió a inquirir Kevin acercándose a ella.

- Es que me acaba de decir un chico que no quiere salir más conmigo.

- ¿Era tu novio?

- No, hemos salido sólo tres veces. Es un compañero de trabajo – los sollozos le hacían balbucear las palabras - . Anoche estuvimos juntos y hoy he ido a darle un beso en la oficina y... – sus blanquecinas mejillas pasaron a un rojo chillón y los hoyuelos que en otras situaciones le aumentarían su silencioso atractivo en esta ocasión se convertían en unas arrugas profundas que le ponían muchos años encima – me ha apartado de un empujón – esta frase hizo explotar sus emociones.

El llanto sí llamó la atención del resto de personas que se amontonaban en ese maldito semáforo que no cambiaba nunca de color. Kevin trató de abstraerse de los demás y reconfortó a su nueva amiga pasándole un brazo por la espalda y ofreciéndole su hombro como paño de lágrimas. Ahora que el semáforo cambiaba de color no podía moverse del lugar. Nuevas caras pasaban por la escena.

Kevin trató de reconfortarla lo mejor que pudo. Realmente le parecía una chica muy atractiva aunque para su gusto personal le habría quitado aquellas gafas de pasta y le habría soltado la coleta. No obstante, los rasgos de su cara, sus ojos grises y la vulnerabilidad de la situación le daban un aspecto casi irresistible a aquellos labios tan bien perfilados.

Tras unos minutos en los que la calma y el color pálido volvieron a la cara de la chica Kevin la separó de su cuerpo y la miró a los ojos.

- ¿Te encuentras mejor?

- Sí, gracias. Da gusto ver que aún hay hombres como tú. No está todo perdido – sonrió - . ¿Para quién son esas flores?

- Para una chica tan especial como tú. Menos estas dos – sacó dos flores del ramo – que son para ti. Una por el amor perdido y otra por el que está por venir.

- ¡Vaya! ¡Qué bonito! – Kevin habría estado todo el día mirando ese rostro. Otro sol le iluminaba el día -. Muchas gracias, no tienes por qué hacerlo.

- Quiero hacerlo y lo hago – ella le abrazó y le dio dos besos-. ¿Te encuentras mejor?

- Mucho mejor. Muchas gracias. Tengo que volver a la oficina.

- Eso es. Y con la cabeza bien alta que eres muy guapa.

Ella sonrió y se despidió. Mientras se alejaba Kevin se dio cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba pero por dentro le corría una sensación de bienestar, de haber ayudado a alguien, que le hizo aumentar la sensación de que aquel día realmente iba a ser perfecto.

Tras otro ciclo de espera cruzó aquel semáforo y continuó su paseo hacia la casa de su novia. Bajo la arboleda del paseo vio en la distancia a dos parejas maduras hablando cordialmente y a una chica algo menor que él cuya pose delataba que tenía más bien ganas de largarse. Según se fue acercando al corrillo escuchó a la joven decir que había quedado y que no podía estar más tiempo allí de modo que Kevin, en su estado de gracia, se acercó, la cogió de la cintura y dijo en voz alta:

- ¿Qué tal, cariño? ¿Llego tarde?

La chica abrió los ojos como platos pero vio la oportunidad perfecta para escapar.

- ¡Hola! ¡No, qué va! Llegas a tiempo. Estaban mis padres saludando a unos amigos.

- ¡Oh, muy bien! ¿Qué tal? ¿Cómo están?

- Hija, ¿no nos vas a presentar? – preguntó un sorprendido padre.

- Sí, claro. Éste es mi padre – Kevin le estrechó la mano-, mi madre –le dio un beso -, Julie – otro beso, qué magnífica mañana, pensaba Kev – y su marido Alphonse – “encantado” y otro apretón de manos.

- ¿No te importará que le regale una flor a Julie y otra a tu madre del ramo que te traigo? – preguntó Kevin a su nueva “novia”.

- No, claro que no – le sonrió la chica.

Kevin le extendió una flor a cada mujer que, delicadamente, se las llevaron a la nariz para oler su sensual fragancia.

- ¡Mmm! ¡Magnífica! – exclamó la madre.

- Es encantador – expresó Julie - ¡Qué escondido nos lo tenías!

- Sí, ¿verdad? – respondió la chica –. Y, ahora, si nos dispensáis, debemos irnos porque hemos quedado a comer.

- Por supuesto, hija. Un placer haberte conocido… - dejó el padre en suspenso para conocer el nombre del joven que salía con su hija.

- Kevin – acertó a responder mientras la chica tiraba de su brazo y se alejaban del corrillo.

Tras distanciarse lo suficiente y doblar una esquina la chica se paró y le dio un abrazo:

- ¡Muchas gracias! Acabas de salvarme la vida. No sabía cómo escapar de allí. De veras que te lo agradezco. – Tras los agradecimientos, le echó un vistazo de arriba abajo y se le quedó mirando inquisitiva -. ¿Qué es lo que te ha hecho venir a por mí? ¿No serás uno de esos salidos que recurren a cualquier táctica con tal de ligar?

- ¡Uy! ¡No, no, qué va! – se ruborizó Kevin aunque entendía perfectamente la postura de la chica -. Es difícil de explicar pero hoy tengo la sensación de uno de esos días en los que creo que todo me va a salir bien. No sé, ¿entiendes lo que te quiero decir? ¿No te ha pasado a ti nunca?

- No sé. Es muy raro, ¿no? Uno no se cuestiona las cosas cuando salen bien, ¿no? ¿Seguro que no te pasa nada?

- No, mujer, no. Toma – le ofreció otra rosa -, para que tu coartada siga en pie cuando te pregunten tus padres sobre cómo te ha ido el día.

- Gracias. Eres un encanto. Si sigues así te vas a quedar sin ramo.

- No importa. Disfruta del día.

- Adiós – y se alejó calle arriba.

Kevin suspiró, se sentía pletórico y siguió caminando en dirección a su destino, la casa de su amada.

Un frenazo y un golpe le sacaron de su ensimismamiento. A su izquierda un coche acababa de atropellar a una señora mayor. Se acercó corriendo al lugar de los hechos y se agachó junto a la anciana.

- ¿Se encuentra bien? ¿Le duele algo?

Aparentemente la mujer no tenía fuerzas ni para gritar. Respiraba entrecortadamente y una pequeña lágrima se asomaba del ojo que se veía puesto que estaba caída de lado.

- ¿Me escucha? ¿Me entiende? – preguntó Kevin. Viendo que aún no había respuesta levantó la vista y pidió a gritos que alguien llamara a una ambulancia. Para reconfortarla, dejó el ramo en el suelo y le cogió la mano a la mujer que se la agarró con fuerza. “Parece que al menos está consciente” – pensaba Kevin - ¿Qué le duele? ¿La cabeza? ¿El cuello? ¿Se ha roto algo?

- La pierna – por fin acertó a decir la anciana y comenzó a frotar la zona de la cadera.

- ¿Pero puede mover el pie? – Y la anciana hizo dos pequeños movimientos con la punta del pie -. Perfecto, entonces es posible que sólo se haya roto la cadera – “la de cosas que se aprenden viendo la televisión” pensó sonriendo para sus adentros el joven Kevin.

Por fin salió del vehículo la conductora responsable del siniestro y se interesó por la situación de su víctima. Kevin trató de tranquilizarla diciendo que parecía que no había sido grave y la mujer trataba de justificarse diciendo que se despistó porque le sonó el móvil y esperaba una llamada. “Pero no iba fuerte” – se excusaba.

La ambulancia llegó a los pocos minutos y enseguida se encargaron de la anciana. Kevin les explicó que parecía que tenía rota una cadera para que la movieran despacio y la anciana no le soltó la mano durante todo el tiempo que duró su estabilización. Una vez sedada para el dolor y ya en la camilla le dio las gracias a Kevin y Kevin le respondió con una rosa sobre su regazo antes de que cerraran la puerta de la ambulancia. El médico y la enfermera le sonrieron y le dieron las gracias por la ayuda que había prestado a una mujer desconocida.

Se acercó a la conductora que estaba arreglando los papeles de la grúa y la denuncia con la policía. Estaba terriblemente nerviosa. Al acercarse Kevin los agentes le preguntaron si iba en el vehículo o si conocía a la conductora. Él respondió que no, que sólo quería saber si se encontraba bien. Al escucharlo la mujer se dio la vuelta y le respondió que estaba bien, que gracias a dios no había pasado nada y que ahora se iría al hospital para ver qué tal se encontraba la señora y pedirla disculpas hasta que viniese alguien a estar con ella. Kevin le deseó suerte y para calmarla le regaló otra rosa de su mermado ramo. La mujer la olió, la besó y le sopló el beso hasta su cara. La fragancia de su aliento quedaría grabada en la mente de Kevin para el resto de su vida.

Kevin se escurrió entre los mirones y continuó su paseo convertido en aventura pensando en lo rápido que se puede estropear un día maravilloso como les había pasado a la conductora y a la anciana. Pero hoy para él no, hoy era su día y todas las sorpresas iban a ser agradables, “al menos mientras me dure el ramo de rosas” pensó sonriendo. Y en medio de esos pensamientos notó que algo le tiraba del pantalón. Bajó la mirada y vio a su pequeña sobrina Debbie.

- ¡Tío, tío!

- ¡No es posible! ¿Qué haces tú por aquí? – y la recogió en brazos para darle dos besos.

Un poco más atrás venía su hermana Donna empujando el carrito con su otra sobrina, Danielle, de escasamente dos meses de edad.

- ¡Qué sorpresa! ¡Cuánto bueno por aquí! – se acercó a su hermana y también le dio dos besos.

- ¿Qué haces por aquí? ¿Hoy no trabajas?

- No, ayer trabajé hasta tarde y hoy me han dado el día libre.

- ¿Y esas rosas?

- Pues… Una es para Debbie y el resto para ti.

- Ya. Las habías comprado para nosotras porque sabías que nos íbamos a encontrar – dijo irónica la hermana.

La cara de Kevin se enrojeció y terminó confesando:

- La verdad es que eran para una mujer pero hoy llevo un día de regalar rosas y el ramo se me ha quedado un poco escaso de manera que prefiero quedar bien con vosotras antes que quedar mal con la mujer a la que iban destinadas.

- ¿Sigues con la misma? A ver cuándo nos la presentas que ya llevas tiempo con ella.

- Sí, a ver si lo oficializamos y hacemos una cena en casa.

- ¡Uuuhh! ¡Kevin está enamorado!

Kevin enrojeció aún más cuando la pequeña Debbie comenzó a repetir aquella frase a modo de cantinela inacabable:

- ¡Kevin está enamorado! ¡Kevin está enamorado!

- ¡Juas! Bueno, vale, basta. Que te quedas sin rosa, Debbie – Debbie calló -. Eso es, dame un beso – y se lo dio -. A quién habrá salido esta chica tan dócil.

- Pues a su padre – repuso Donna y todos rieron.

- Os tengo que dejar, que era pronto y se me va a hacer tarde.

- ¡Qué manía tienes de ir andando a los sitios! Luego siempre llegas tarde.

- ¿Pero no ves el día que hace hoy, por dios? Si es un pecado no aprovecharlo dando un paseo.

-Anda, dame un beso y vete que no quiero ser la responsable de una disputa conyugal.

- ¡Ja, ja! Ya tengo coartada.

Se besaron, se asomó para ver a la pequeña Danielle y se despidieron marchando cada uno por su camino.

“Qué gran día está siendo hoy”, pensaba. “Tengo ganas de contárselo”. Llegó al portal y llamó por el telefonillo al piso de ella. A los pocos segundos un ruido mecánico liberó el seguro, empujó y abrió la puerta. Según se acercaba al ascensor iba canturreando una de esas canciones que había escuchado recientemente y que le animaban por dentro. Cuando estaba contento no se la podía quitar de la cabeza. Apretó el botón del ascensor, la puerta se abrió y entró. Pulsó el botón del 6 y se miró en el reflejo del espejo de color oscuro del ascensor. Se atusó el cabello por un lateral y se arregló el cuello de la camisa. El ascensor llegó con su ritmo lento y cansino a su destino y Kev salió al descansillo. Ella ya le estaba esperando con la puerta abierta. Él se acercó y le besó en los labios. Ella no respondió al beso pero él comenzó a hablar animadamente mientras se dirigía al amplio salón de la casa:

- No te vas a creer lo que me ha pasado hoy.

- Tenemos que hablar – trató de cortarle ella pero él seguía entusiasmado contando su historia.

- Te traía un ramo de rosas preciosas pero…

- Quiero cortar contigo.

Esas tres palabras le dejaron helado. Pensaba que nada podría bajarle de las nubes pero aquellas tres palabras le devolvieron al suelo de la realidad.

- ¿Qué?

- Me siento fatal pero es que veo que esto no funciona. Lo siento mucho pero cuanto antes te lo diga va a ser lo mejor para los dos.

- No me lo puedo creer – Kevin estaba estupefacto. Notaba un vacío dentro, en sus entrañas, que no le permitía reaccionar en su cerebro. Se sentía como un abogado al que acababan de echar por tierra su defensa y necesitaba algún recurso que sacarse de la manga. En estos momentos él no tenía ningún testigo sorpresa que ofrecer al jurado -. Pero, ¿qué ha ocurrido? Si yo te quiero, si hemos quedado hoy para pasar el día juntos, si, si…

- No, no es por ti. Es que creo que no estoy enamorada.

- No, no puede ser eso. ¿Es porque piensas que no te quiero? De verdad, te traía un ramo de rosas preciosas pero…

- No me estás escuchando, ¿te das cuenta? Que no es por ti. Esta relación no es sólo tú. Yo también estoy en ella.

- Pero yo te quiero – le miraba a los ojos pero su mirada era vacía. O tal vez un pozo demasiado hondo para ser escudriñado.

- Por eso creo que es mejor cortar ahora. Esto no va a funcionar – su voz trataba de ser fría pero estaba tragando demasiado su saliva. Su tez comenzó a ruborizarse.

- ¿Pero por qué?

- No lo sé pero hay cosas que no tienen explicación – comenzó a andar para salir del salón.

- ¡Espera! – fue un grito desesperado como desesperado fue el agarre de su mano para no dejarla marchar. Ella se paró y él aprovechó para abrazarla. Un último abrazo para notar su calor, para comprobar si era de verdad ella quien le decía eso.

- Es mejor que te vayas – y se soltó con un leve movimiento de los hombros para salir seguidamente de la habitación.

Kev se quedó parado mirando el suelo tratando de asimilar la que posiblemente sería la última conversación con Isa. Se suele decir que una persona antes de morir ve pasar su vida rápidamente por delante de sus ojos a modo de película. Algo debió morirse dentro de él cuando vio pasar todos los buenos momentos que había pasado con Isa todo este tiempo. 15 meses y 5 días para ser exactos. 455 días de alegrías y tristezas, discusiones y reconciliaciones, subidas y bajadas, altos y bajos. Sí, sería eso. Uno de esos momentos de bajón. Kevin tenía que agarrarse a algo. Siempre queda un rayo de esperanza. Seguro que se le pasa. Hay que darle un poco de tiempo. Alzó la mirada y se fijó en el piano que tanto le gustaba tocar para ella y que a ella le gustaba ver y escuchar cómo tocaba. En un segundo se le desentumeció el cuerpo y se fue a sentar en el taburete frente a las teclas del piano. Seguía estando a su altura lo cual quería decir que nadie más lo había tocado últimamente lo que reafirmó su confianza, se aclaró la voz y comenzó a desgranar una de esas canciones que se repetían en su cabeza:

“To me you are the loveliest thing I've seen all day

You can't take that away

No, you can't take that away

All my life, I wondered why it couldn't be this way

That was up until today

Oh! It had to be this way

You seem to have a friendlier smile than all the rest

Well, I looked and you were best

Yeah! I've looked at all the rest

You can't imagine passionate words that I would say

If only you would stay

Oh! You know you gotta stay

Today, wait until the morning comes

Before you slip away

Without permission

Withou...”

Isa volvió a entrar en el salón y le espetó:

- Quiero que te vayas.

Kevin dejó de tocar y se dio la vuelta justo en el momento en el que la vio pasarse la palma de la mano por una mejilla para enjugarse las lágrimas que había estado derramando. Sus ojos estaban rojos y húmedos.

- ¿Estás segura de esto? – preguntó Kevin.

- Vete, por favor.

- Quiero estar contigo.

- Esto no es fácil para mí, ¿sabes?

- Y yo quiero que me lo cuentes. Quiero estar contigo.

- No, es mejor así. De verdad, vete.

Isa volvió a salir del salón y se encerró en su cuarto. Posiblemente esa sería la última vez que estarían juntos. Sin más que añadir y por complacerla por última vez Kevin abandonó el piso y bajó despacio por las escaleras los seis pisos que le separaban de la más agobiante, triste y claustrofóbica libertad que un hombre pueda tener. Se fue pensando en miles de maneras con las que arreglar todo esto, en volver atrás en el tiempo, culpándose de la situación, pensando en cómo se había llegado hasta ahí, en por qué hoy. Y después de cada pensamiento una voz le decía que no habría manera de solucionarlo, que hoy no era el día y que lo mejor era dejar pasar el tiempo. Pero el tiempo no siempre es un aliado de modo que cuando el sol le volvió a acariciar la cara cogió fuerzas y continuó cantando la canción que seguía repitiéndose en su mente lo más alto que pudo:

“You used to be an early bird

But how was I to know you would leave without shedding a tear

I only want to love you

I'll make a wish and suddenly I'm glad that I have you here

Oh I'm glad I have you here

Todaaaaaaaay!!!”

La gente que pasaba por la calle le miraba extrañada pero no le decía nada, algunas cabezas asomaron por las puertas de los bares y comercios y un taxista tocó el claxon un par de veces.

“To me you are the loveliest thing I've seen all day

And you can't take that away

No, you can't ta…”

Por fin hubo respuesta. La ventana de su cuarto, arriba en el sexto piso, se abrió y una mano lanzó algo al suelo mientras una potente voz gritó “¡TU REGALO!”. El paquete golpeó el suelo con un ruido seco y no dio un bote muy grande. Kevin se acercó estupefacto, lo movió entre sus manos para hacerlo sonar y el paquete le respondió con un “cloc, cloc, cloc” sordo. Quitó el papel y abrió la caja donde se escondía su regalo. Era un plato de porcelana con una I, un corazón y una U pintadas a mano. Curiosamente el plato se había roto por la mitad del corazón. Con una sonrisa lacónica puso los trozos en la caja, miró arriba y se alejó calle abajo preguntándose si fue Isabelle quien rompió el plato maliciosamente o si fue un capricho de los hados quien quiso que despertara de esta manera de su sueño.

F-F

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